A Iker Casillas le jugó una mala pasada el efecto del balón en el 1-0 de Eslovaquia. Fue en una falta lejana en la que el esférico cambió su trayectoria y dejó al portero de la selección con las manos hechas un molde. Pocos minutos antes había ofrecido una de sus milagrosas paradas a un disparo de Mark. Santo y villano en un santiamén. Leer